La última escapada

Hendaya-Hondarribi

Puerto deportivo, Hendaya

Bahía de Txingudi, la ría más vasca

Nos encontramos en el Norte, en el confín con Francia en tierra fronteriza, la última estación de tren, Irún-Hedaya, Hendaye-Irun ¡Cuánto acierto en el nombe! Hermanas de frontera, un puente os separa, dos ciudades, dos naciones y un país. En tiempos de COVID se vuelve a dividir el mapa, la carretera en el puente de Santiago se ve interrumpida por una patrulla de la Gendarmerie en la calzada de entrada a Francia, ¡vaya! El certificado con la QR española no sirve, se puede intentar convencer a las autoridades con ruegos acompañados de sombrillas y gorros de paja, al fin y al cabo no buscamos refugio sino disfrutar la gran playa abierta al océano, Hendaya. Tablas y surfistas aparecen sobre la espuma, un deporte popular que anima al visitante a probar, las casetas ofrecen decenas de artilugios náuticos, alquiler y escuela para todos. Tres kilómetros de arena fina que se amplía en marea baja, pelota, palas, largos paseos desde el espigón del este hasta las rocas gemelas del oeste, y el pintoresco Castillo de la Abadía en lo alto preludio de otra tierra, el litoral recortado hacia San Juan de Luz, Bayona, Biarritz. Algunos optamos por la bicicleta, el bidegorri nace en Irún y se bifurca forzosamente en la desembocadura del río Bidasoa. Salimos del paseo de Colón cuesta abajo hacia Hendaya que alarga este carril-bici atravesando el puente, existe un ascensor que nos lleva directamente a la orilla del río, recorremos las zonas verdes hasta el paseo marítimo, impresionante la panorámica del mar abierto en Hendaya, podemos continuar a dos ruedas de punta a punta. Hacia el otro lado del paseo, a menos de 5 kms, Hondarribi. A día de hoy las nuevas restricciones francesas disuaden al viajero de la degustación de los panini y goffres playeros, los restaurantes del paseo exigen el QR francés. Quizás de regreso, antes de volver a cruzar el río Bidasoa, el libre paso hacia España, nos detenemos en el Hotel Santiago que ofrece exquisitas tapas de coquillage y charcuterie, fantásticos los jugosos berberechos que se escapan de su concha regados con una copita de 0,01 de chardonnay. Cabe señalar el moderno establecimento dedicado al vino, la Maison Eguiazabal, la tradición de la cultura vinícola ofrece una amplia selección de referencias francesas por regiones y también destacadas bodegas españolas, productos delicatessen, bar degustación de excelentes vinos por copa y cervezas artesanas.

Restaurante Hotel Santiago, Hendaya
Poissonnerie à emporter, Hendaya
Rte Hotel Santiago: Poisson du jour

Tapas à partager, saumon
Coques frites grillés

Vinoteca Maison Eguiazabal

Hondarribi, antes Fuenterravía

Hondarribi, antes Fuenterravía

La localidad pesquera nos sorprende de cerca, desde el otro lado de la bahía de Txingudi vemos el campanario de la iglesia de estilo gótico, un referente para navegantes. Al aproximarnos dejamos la zona rural por donde prosigue el Camino de Santiago, el monte Jaizkibel salpicado de caseríos en el interior. Nos alejamos de la muralla exterior y el baluarte de la reina, y nos adentramos a la antigua ciudad fortificada por la puerta de Santa María, del siglo XVI, con el escudo de la ciudad, las pintorescas calles empedradas con casas de balcones de hierro forjado, aleros, canecillos tallados, y escudos que basonan la Casa Consistorial, el Palacio de Casadevante, el Palacio Zuloaga, el Palacio Eguiluz (siglos XVII, XVIII). Sorprende la Plaza de Armas en lo alto, pequeñas casitas de colores reformadas albergan al turista al igual que el Castillo de Carlos V, hoy Parador. La sobria fortificación medieval cobra vida al asomarnos, amplios vanos con lámparas, almenas con blasones colgando, una escalera adosada al muro, nos deleitan al imaginar un telefilme de época.

Descendemos hacia el barrio de La Marina por las calles Santiago y San Pedro, parada obligada y objetivo del turista gastronómico. Las blancas fachadas de las antiguas casas de pescadores con floridos balcones pintados de colores vivos como aquellos de los pesqueros, iluminan las terrazas a viajeros y locales. Son las 11:55 y los chicos del Gran Sol se atan el mandil, pintxos sublimes despiertan el apetito del visitante desde el mediodía, una taberna clásica de barra y mesas de madera, informal, que sigue un riguroso protocolo no escrito para dar contento a todos. Txaca picado, tortilla bien amarilla con la cebolla pochadita, boquerón blanquísimo, bolas de carne picante, una bandeja de cada para abrir boca; todo ello regado con Txacolí al gusto de cada cual, en copita o escanciado en vaso de sidra; desde la barra pedimos, abonamos y se sale a la terraza de mesas altas.

El vino es ligero, frutal y muy fresco, tanto que repetimos, es tarde para la sidra que también marida de mañana. El atardecer da paso a caldos más estructurados, gustan los Rioja alavesa, con el foie perfecto equilibrio. Podemos volver a la fila ahora más larga, franceses y españoles alaban la oferta animados con la carta de pintxos todavía más elaborados, más premiados, entramos en materia. Los chicos de la taberna salen a tomar nota: «¿Foie sartén o frío?» Con reducción de piña, verduritas confitadas sobre cabello de ángel, impresionante, pelín dulce. Repetimos tortilla pero de bacalao, casi cuajada por dentro, melosa y dulce. Hablando de bacalao, ahumado con pimiento del piquillo, foie y dulce de melocotón sobre tosta, o lo que es lo mismo txigorki, toast, on toast.

Getariako Txakolina

Cuatro lenguas aúnan un sinfín de comensales, predominan los locales de la región, y eso que estamos en verano. Los pintxos continúan calle abajo, San Pedro, Santiago y adyacentes, precios de 2€ a 5€ que es poco que estamos comiendo sólido y bien, muy bien. Huímos de la hora punta hacia el muelle, el puerto deportivo ofrece multitud de propuestas, bajo las rocas dos buceadores mecidos por las olas se sumergen en este enclave tan propicio.

El mar Cantábrico se abre al norte, en la punta el faro Figuer en lo alto de la colina, el carril termina pero nos atrevemos con la cuesta en bicicleta, unos metros más por senderos de monte, el castillo de San Telmo nos transporta a la ciudad sitiada objeto de asedios; hermosas vistas del ancho mar, desde esta ribera española, vislumbramos la otra punta francesa, las dos rocas de Hendaya, cerramos bahía y capítulo.